¡Ah, si fuera posible el milagro perenne
del árbol que se seca y retoña en verdor,
en esa arcilla tuya, y tornaras indemne
a ser como en la hora del aroma y la flor...!
Hoy que sé lo que pides, lo que das, lo que niegas.
Hoy que sé tu verdad y tu engaño y la impura
fulgurante ilusión que te arrebata a ciegas
y el derrumbe final de tu vana locura...
Hoy que sé lo que eres; hoy que soy triste y sabia;
que conozco lo pérfido de tu ardorosa labia
y la herida incurable que da tu frenesí...
¡Cómo te dominara como a una torpe fiera,
como a un niño salvaje que toca cuanto hiera,
al negarte el veneno que tú me diste a mí...!