— El cable submarino — Volvedme el arpa que en mejores días Corporizó mis gratas impresiones, y huyan por siempre pálidas, sombrías, de la inercia, fatídicas visiones. ¡Volvedme el arpa: y vuele el pensamiento tras la estela divina que lo encanta. Brote libre el sublime sentimiento que murmura en mi seno, canta, canta! Jamás en los arcanos del destino vi tan bella, magnífica primeza: ya no eres Patria, ilota peregrino, tu vida intelectual desde hoy empieza. Ondina de los mares de occidente, desplega el manto que bordó Pomona. Levanta al cielo tu virgínea frente, ciñe de palmas eternal corona. Y saluda al progreso que en tu arena posó su egregia, su creadora planta, que de Morse el invento te encadena al siglo, que a los siglos adelanta. Ya no eres tú la virgen solitaria de agreste monte en áspero recodo, eres de un porvenir depositaria, parte viviente de un inmenso todo. Las ciencias y las artes en tu seno Ansían ya deponer rica simiente, el comercio y la industria campo ameno dar a tu ociosa juventud valiente. Corre en pos de los triunfos generosos que conquista inmortal el pensamiento, no hay en el mundo timbres más gloriosos que los timbres insignes del talento. Cubre del tiempo el polvo aborrecido de los héroes invictos la victoria, y no pasa los lindes del olvido del monarca mayor la humana gloria. Pero aquellos que grandes consagraron a lo útil, a lo bello su existencia, el olvido y la muerte dominaron en alas de su excelsa inteligencia. Aún sueña el alma en éxtasis divino ver ondear las banderas españolas, y contempla asombrada al Gran Marino que hizo surgir un mundo de olas. Aún escucha anhelante mi deseo entre el rumor de muchedumbre aleve, cual repite impasible Galileo: “Es la tierra no más la que se mueve.” Y miro al inmortal americano levantar a los cielos su cabeza y señalar al rayo con su mano oscura tumba a su fatal grandeza. Y en transporte de amor y de entusiasmo sigo de Guttenberg el movimiento, que rompe para siempre el frío marasmo que la ignorancia impuso al pensamiento. Y veo radiante cual luz febea vertiendo aroma, encanto y armonía, esos reyes divinos de la idea, los hijos del amor y la poesía. Verdi, Mozart, y Calderón y el Tasso, de los siglos magníficas estrellas. vosotros no tendréis jamás ocaso, no borrará la muerte vuestras huellas. Ni la vuestra, pintores inspirados, que atesoráis gigantes concepciones: no mueren los que fueron señalados para copiar de Dios bellas creaciones. Y tú, Morse, que mundos encadenas con vínculos de amor y movimiento, que las leyes de Dios rápido llenas y agrandas el humano pensamiento: ¡tú vivirás en tanto que profundo circule el mar al universo entero: has grabado tu nombre en todo el mundo y eres entre los grandes el primero! * * * — A mis amigos — Consuelo de mis horas de amargura tú de mi soledad la compañera. Benigna estrella de la noche oscura que enlutó de mi vida la carrera, tú que lloras mi triste desventura y murmuras mi súplica postrera inspiradora fiel del alma mía ¡hija del cielo, divinal poesía! Desciende a mi rogar, tu excelsa lumbre radie en mi frente fúlgido destello y disipe la inmensa pesadumbre que a mi existir impone duro sello. No de la inercia en la fatal costumbre el sentimiento pierda de lo bello. Ven a inflamar mi yerta fantasía ¡hija del cielo, divina] poesía! Del numen de los grandes, venerado del que inspira a los grandes trovadores del numen de la patria idolatrado quiero tan sólo las fragantes flores que aún de la tumba en el reposo helado será la patria siempre mis amores como eres tú encanto y mi alegría ¡hija del cielo, divinal poesía! Vuelve a mis manos la amorosa lira en que lloré perdidas ilusiones hoy más que nunca el corazón me inspira y me deslumbra mágicas visiones. Oigo un sonoro acento que respira de atractivo sentir, bellas creaciones y aspira entusiasmada tu ambrosía ¡hija del cielo, divinal poesía! Cuánto tiempo pasó, que en cielo triste conté las horas de mi amarga vida tú mi refugio, mi consuelo fuiste y la llama creadora ya perdida en piélago de llanto me volviste por tu aliento sagrado fue encendida no ya cual antes, dulce y placentera más siempre para mí libre y sincera. Libre, sí, que jamás el necio alarde de la lisonja se humilló a mi frente que torpe adula el que nació cobarde o tiene de riquezas sed ardiente. Mi alma entusiasta ante la gloria arde adora la virtud blanda y clemente y de amistad al fuego sacrosanto entona puro y delicioso canto. Por eso al veros, blandas fantasías vuelven a reanimar mi pensamiento, pasan radiantes los serenos días si los anima vuestro grato acento y al escuchar las dulces armonías que encomendáis a la región del viento en simpático acento arrebatada uno mi voz a vuestra voz amada. Ella os dice que siempre y por doquiera en invisible comunión reunidas almas que pertenecen a una misma esfera aunque estén por la suerte divididas se encontrarán al fin de su carrera unas triunfantes, otras desvalidas. * * * Alejandrina Benítez nació en Mayagüez en el año 1819 |
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