Alejandrina Benítez



— El cable submarino —

Volvedme el arpa que en mejores días
Corporizó mis gratas impresiones,
y huyan por siempre pálidas, sombrías,
de la inercia, fatídicas visiones.

¡Volvedme el arpa: y vuele el pensamiento
tras la estela divina que lo encanta.
Brote libre el sublime sentimiento
que murmura en mi seno, canta, canta!

Jamás en los arcanos del destino
vi tan bella, magnífica primeza:
ya no eres Patria, ilota peregrino,
tu vida intelectual desde hoy empieza.

Ondina de los mares de occidente,
desplega el manto que bordó Pomona.
Levanta al cielo tu virgínea frente,
ciñe de palmas eternal corona.

Y saluda al progreso que en tu arena
posó su egregia, su creadora planta,
que de Morse el invento te encadena
al siglo, que a los siglos adelanta.

Ya no eres tú la virgen solitaria
de agreste monte en áspero recodo,
eres de un porvenir depositaria,
parte viviente de un inmenso todo.

Las ciencias y las artes en tu seno
Ansían ya deponer rica simiente,
el comercio y la industria campo ameno
dar a tu ociosa juventud valiente.

Corre en pos de los triunfos generosos
que conquista inmortal el pensamiento,
no hay en el mundo timbres más gloriosos
que los timbres insignes del talento.

Cubre del tiempo el polvo aborrecido
de los héroes invictos la victoria,
y no pasa los lindes del olvido
del monarca mayor la humana gloria.

Pero aquellos que grandes consagraron
a lo útil, a lo bello su existencia,
el olvido y la muerte dominaron
en alas de su excelsa inteligencia.

Aún sueña el alma en éxtasis divino
ver ondear las banderas españolas,
y contempla asombrada al Gran Marino
que hizo surgir un mundo de olas.

Aún escucha anhelante mi deseo
entre el rumor de muchedumbre aleve,
cual repite impasible Galileo:
“Es la tierra no más la que se mueve.”

Y miro al inmortal americano
levantar a los cielos su cabeza
y señalar al rayo con su mano
oscura tumba a su fatal grandeza.

Y en transporte de amor y de entusiasmo
sigo de Guttenberg el movimiento,
que rompe para siempre el frío marasmo
que la ignorancia impuso al pensamiento.

Y veo radiante cual luz febea
vertiendo aroma, encanto y armonía,
esos reyes divinos de la idea,
los hijos del amor y la poesía.

Verdi, Mozart, y Calderón y el Tasso,
de los siglos magníficas estrellas.
vosotros no tendréis jamás ocaso,
no borrará la muerte vuestras huellas.

Ni la vuestra, pintores inspirados,
que atesoráis gigantes concepciones:
no mueren los que fueron señalados
para copiar de Dios bellas creaciones.

Y tú, Morse, que mundos encadenas
con vínculos de amor y movimiento,
que las leyes de Dios rápido llenas
y agrandas el humano pensamiento:

¡tú vivirás en tanto que profundo
circule el mar al universo entero:
has grabado tu nombre en todo el mundo
y eres entre los grandes el primero!

* * *

— A mis amigos —

Consuelo de mis horas de amargura
tú de mi soledad la compañera.
Benigna estrella de la noche oscura
que enlutó de mi vida la carrera,
tú que lloras mi triste desventura
y murmuras mi súplica postrera
inspiradora fiel del alma mía
¡hija del cielo, divinal poesía!

Desciende a mi rogar, tu excelsa lumbre
radie en mi frente fúlgido destello
y disipe la inmensa pesadumbre
que a mi existir impone duro sello.
No de la inercia en la fatal costumbre
el sentimiento pierda de lo bello.
Ven a inflamar mi yerta fantasía
¡hija del cielo, divina] poesía!

Del numen de los grandes, venerado
del que inspira a los grandes trovadores
del numen de la patria idolatrado
quiero tan sólo las fragantes flores
que aún de la tumba en el reposo helado
será la patria siempre mis amores
como eres tú encanto y mi alegría
¡hija del cielo, divinal poesía!

Vuelve a mis manos la amorosa lira
en que lloré perdidas ilusiones
hoy más que nunca el corazón me inspira
y me deslumbra mágicas visiones.
Oigo un sonoro acento que respira
de atractivo sentir, bellas creaciones
y aspira entusiasmada tu ambrosía
¡hija del cielo, divinal poesía!

Cuánto tiempo pasó, que en cielo triste
conté las horas de mi amarga vida
tú mi refugio, mi consuelo fuiste
y la llama creadora ya perdida
en piélago de llanto me volviste
por tu aliento sagrado fue encendida
no ya cual antes, dulce y placentera
más siempre para mí libre y sincera.

Libre, sí, que jamás el necio alarde
de la lisonja se humilló a mi frente
que torpe adula el que nació cobarde
o tiene de riquezas sed ardiente.
Mi alma entusiasta ante la gloria arde
adora la virtud blanda y clemente
y de amistad al fuego sacrosanto
entona puro y delicioso canto.

Por eso al veros, blandas fantasías
vuelven a reanimar mi pensamiento,
pasan radiantes los serenos días
si los anima vuestro grato acento
y al escuchar las dulces armonías
que encomendáis a la región del viento
en simpático acento arrebatada
uno mi voz a vuestra voz amada.

Ella os dice que siempre y por doquiera
en invisible comunión reunidas
almas que pertenecen a una misma esfera
aunque estén por la suerte divididas
se encontrarán al fin de su carrera
unas triunfantes, otras desvalidas.

* * *

Alejandrina Benítez nació en Mayagüez en el año 1819

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