En la paz fragante y leda de la eglógica mañana,
y a la pompa deslumbrante de la luz aurisolar,
se ve el lírico penacho tropical de la guajana
ondulando al soplo blando de la brisa como un mar.
Llenan hálitos ingenuos la fresca hora virgiliana;
somos niños –como niños nos dan ganas de jugar,
de correr a los sembrados que engalanan la sabana
y las rubias cañas dulces escondernos a chupar...
La guajana es cual la suave cabellera de una niña;
la guajana en medio al típico esplendor de la campiña
tiene el gesto erguido y bello de una firme inspiración.
La guajana al sol de enero da su gracia lisonjera
y al mirarla cómo ondula con la brisa tempranera,
¡toda el alma, toda el alma se me vuelve una canción!...