Ernesto Avellanet Mattei



— Crucifixión —

Oíd: las campanas ya doblan a muerto;
entre los celajes de tarde callada
parece escucharse la voz del desierto,
el Sermón del huerto
llenando la trágica visión de la vida
de luz ignorada,
como una esperanza de fe prometida,
bajo la tristeza
de toda una noche que pueblan vestigios,
tal cual si en un llanto la Naturaleza,
denunciara el Crimen a todos los siglos...

Lloran, lloran, lloran las roncas campanas;
mil voces lejanas
delatan la obra de la turba impía;
ojos que mirasteis la trágica escena,
habladme de aquella infinita pena
que sintiera el Justo en cruel agonía...
Tarde melancólica,
un arpa eólica
pulsaba un arcángel en la niebla densa.

Susurraba el viento entre la espesura,
llegaban las sombras, huía la luz;
y en aquella triste soledad inmensa
se lazaba divina la noble figura
del noble Jesús...

Tristemente pálido, tristemente bello,
vacilante el paso, hirsuto el cabello,
altivo y supremo iba el Verbo-Dios;
la cruz infamante, como un simbolismo;
mostraba su frente todo el heroismo
del Dios Trino y Uno hecho paz y amor...

Y la turba incrédula al Justo insultaba;
"Tú, que en los sepulcros, muertos levantabas
Rey de los Judíos, levantate tú",
y el verbo divino triste respondía:
"Voy a la esperanza, voy a un nuevo día,
yo marcho a la aurora, porque soy la Luz...

"¡Ay, ay, de vosotros, fariseo y escriba!,
en verdad os digo que la paz estriba,
en el justo bien;
bienaventurado aquel que me crea,
porque soy la eterna fuente de la idea,
blanco derrotero del Supremo Eden..."

"Bienaventurados los desheredados,
los pobres de espíritus, bienaventurados,
porque los humildes mi gloria verán;
mi reino no es reino de este falso mundo;
mi espiritu habita el cielo profundo
porque sot de allá;
venzo las tinieblas de la eterna duda,
el perdón me salva, el amor me escuda,
al dolor humillo, desvanezco el mal"...

Y la turba impía llegaba al calvario.
La Cruz infamante esperaba al Cristo,
y entonces los ojos de aquellos sicarios
¡vieron impasibles lo que yo no he visto!...

Vieron aquel Mártir, como una azucena,
expiar la culpa de todos los hombres,
vieron una frente mística y serena
¡sudar los dolores que no tienen nombres!...

Vieron al divino, puro Nazareno,
orar en la cumbre por el Dios bendito,
labios temblorosos apurar veneno,
pupilas azules buscar lo Infinito...

Vieron las injurias de todas las leyes
burlar aquel código de inmanente amor.
Viero la venganza de todos los reyes
profanar la cumbre del Hijo de Dios...

Cárdenos relámpagos, truenos errabundos,
el sol ocultando su dorada luz,
un gemido triste por sobre los mundos,
un triste sollozo por bajo la Cruz...

Y entre aquel confuso gemir de las cosas,
del agonizante, como una visión:
¡Vieron sus dos labios abrirse cual rosas,
y murmurar trémulos: ¡Oh, Padre, Perdón!

Oíd las campanas que fúnebres gimen.
Lloran el recuerdo del dolor de Cristo.
¡Temblad, que ya escucho voces que redimen
ojos que mirasteis lo que yo no he visto!

Ernesto Avellanet Mattei nació en el año 1879

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