— Hacia la sima — ¡Treinta años!... Las nubes en el cielo se espesan más; los seres y las cosas van tomando ese tinte de las rosas cuando, marchitas, las reclama el suelo. Cuanto diera placer, causa develo; y se han vuelto –por arte misteriosas– moscardones las áureas mariposas; cardo la flor, y el entusiasmo, hielo. Y el mundo sigue su correr, en tanto; ni amor, ni risa, ni dolor, ni llanto obstaculizan su fatal jornada. ¡Ay!... Si posible al corazón le fuera detener, en su espléndida carrera al Tiempo, que nos lleva hacia la Nada! — Sevillana — ¿Es ave esa mujer, o flor o estrella? ¿Náyade, acaso? ¿musa? ¿palma? ¿lirio? ¡Brilla en sus ojos el fulgor de Sirio, y el alma de un jazmín palpita en ella! En sus labios de púrpura, destella el resplandor sangriento de un martirio; y en su carne fantástica, el delirio dejó estelada su incitante huella. Al andar, sus caderas de sultana entonan una música pagana de tibias notas que al amor conspiran. Y detrás de sus curvas de española casi se pueden ver, formando cola, los besos de los hombres que la miran. Epifanio Fernández Vanga nació en Manatí en el año 1880 |
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