— El oro de la margarita — Toda llena de gracia, la fina aristocracia de su nívea corola dobló una margarita que estaba triste y sola, para cantar su cuita a un pálido lucero. (Un príncipe encantado, prisionero en el palacio azul de una laguna). Pasó un nublado, que apagó –tal una pena nubla en el pecho la alegría– el lucero que ardía; y en un llanto de pétalos, la flor dijo de su dolor. Y fué la nueva aurora. Y sobre el tallo erguido de la flor angustiada, brilla ahora un botón encendido; porque Dios, conmovido de la flor ante el lloro, puso en su cáliz un lucero de oro... * * * |
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