![]() — En la ciudad de piedra — Los vientos empujando las nubes dejan entrever luceros. De cuando en cuando una estrella se cae de la nada y viene a reposar en lo profundo del final horizonte, o en las aguas. Ráfagas que despiertan las miradas de los ojos de arriba, y atraen las miradas de los ojos de abajo. En la ciudad el rumor de los vientos al cruzar de las calles, tiene el eco de mareas humanas al cruzar las esquinas para tomar el subway a las cinco. Para crear las voces interiores hay que crear silencios, o irte al Bowery a escuchar la nostalgia de un borracho, cantada en ronca voz, la comisura de sus labios espumados y amargos, y los ojos llorosos, de unos tristes recuerdos. La mentida mentira de la vida sentada sobre un banco en la pequeña iglesia al terminar de Wall Street. Afuera el viejo cementerio y las palomas comiendo de las manos de la vida de la generación de la desesperanza, donde ya no hay amor, ni dolor, ni tristeza, sólo el pasar del tiempo. Los harapos y arrugas guardan ecos de las voces y ruidos ya perdidos. Mientras los vientos acá abajo se doblan en la esquina de la vida y del cemento, allá arriba siguen empujando nubes, dejando entrever luceros. Y la estrella ya no cae de la nada, ni viene a reposar en lo profundo del horizonte, o en aguas de los mares. Va saliendo un fulgor de la mente que viene a descansar en sentimiento; hay un viejo cantar irlandés espumeante, y se alzan puños blancos a los cielos con otros puños blancos levantados; los ojos unas veces hacia arriba, otras veces al suelo. * * * Francisco A. Arrillaga nació en el año 1913 |
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