— El convento — Al mirar a las tapias del viejo convento, ansiosa mi alma trepó sobre ellas y se quedó dentro. Un sol de amplias luces vertía clara lumbre en el fondo del pecho, clara lumbre de gozo, clara lumbre de recogimiento. En el patio cantaban las fuentes y en las celdas gemían los rezos, y triunfaba el cilicio como una fatal guillotina de sueños. En los claustros borrachos de hastío dormían los silencios, que turbaban alegres novicias, con pasos inquietos. ¡Las novicias!; sus labios sensuales no sabían el sabor de los besos, y sus noches sin luna eran antros de negros deseos, cuando el diablo mordía en la carne y encendía los jóvenes pechos; pero un sol derramaba en sus almas claras lumbres de renunciamiento, que fulgían luminosas, y acallaban las voces del sexo; era un límpido sol que vertía clara lumbre en el fondo del pecho, clara lumbre de gozo, clara lumbre de recogimiento. En el patio cantaban las fuentes y en las celdas gemían los rezos, y en la carne triunfaba el cilicio como una fatal guillotina de sueños. * * * Francisco Rivera Landrón nació en Guayama en el año 1907 |
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