— El indio antillano — Agreste raza que el matiz lucía del torso bronce en el desnudo cuello, sobre el que grave la cabeza erguía orlada en torno de áspero cabello; la frente adusta, la expresión bravía, negros los ojos de vivaz destello; ancha la espalda, desenvuelto el busto, pequeño el torso y ágil y robusto. Blando en la condición y al trato esquivo. Sobrio y frugal en el sustento diario, en la campiña, labrador activo, en el peligro, audaz y temerario, en la vida exterior, rudo y altivo, pero franco en su hogar y hospitalario. Tal era el ser, que en nómada pandilla, poblara un tiempo la feraz Antilla. * * * — El maestro Rafael — Pobre y humilde artesano de oscuro y modesto nombre, hubo en borinquen un hombre caritativo y cristiano; con la dádiva en la mano y en el corazón la calma, ciñó por única palma la pura y dulce alegría con que sus dones hacía para provecho del alma. Es una historia de ayer, que está viva en la memoria; aún recuerdan esa historia los que nos dieron el ser. Ellos que pudieron ver que el modesto menestral, en combate desigual con el tiempo y la ignorancia a la pobre y tierna infancia daba el pan intelectual. Sacerdote de la idea, de la ilustración obrero, tuvo el noble tabaquero la fe que redime y crea. En la fecunda tarea a que dió su vida fiel, conquistó como laurel de la tumba que lo abriga, que hoy el nombre se bendiga del maestro Rafael. Y cuando el naciente sol, que a iluminarnos empieza, brille en toda su grandeza en el cenit español, a su candente arrebol otra edad verá lucir con letras de oro y zafir, grabado en el mármol duro, ese nombre ayer oscuro, glorioso en el porvenir. * * * José Gualberto Padilla nació en San Juan en el año 1829 |
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