— Una canción interminable — A la memoria de Hilda La noche mayera se abre en el vasto panorama de una luna redonda como bermeja naranja, que se acerca a mi balcón tímida, apacible, casta, olorosa a madreselva, vestida de trinitaria. Una llovizna saluda con sus manos alargadas, y apenas deja las huellas de sus pisadas descalzas, mientras el puño del viento cierra fuerte mi ventana, y fuera la luna fresca monosilabea en las casas. Hoy la ausencia de tus ojos está llena de añoranzas, junto a tu cuna vacía paso mis horas amargas, y te canta el corazón sus canciones sin palabras. Como del cuerpo mi sombra mi dolor llevo del alma, porque a pesar de tu muerte, del tiempo y de la distancia, en la misa del recuerdo se humedecen mis plegarias, mi pensamiento te vive y el corazón más te ama. Mi madreselva no tiene sus campanitas de gala, aquella noche las dió todas para tu mortaja. ¡Qué de tardes se ve el sol bebiendo en sus hojas lágrimas! El mar lejano es un eco de profunda carcajada; en la boca de la noche grita una estrella que pasa; los árboles se despiertan llenos de luz y de alas. Dejo tu cunita sola –pedacito de mi alma– con la luna amanecida se rompe en trinos el alba. * * * Julio Soto Ramos nació en el año 1903 |
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