— El cañaveral — Arde el cañaveral en la fogata de las dos de la tarde. El mayordomo anima la brigada que trasuda un fermento diabólico. La voz del capataz es un chasquido de látigo, que rima con el ronco golpe de los machetes. La brigada bajo la infiel atmósfera de plomo ensaya una leyenda de duendecillos rojos. Sube de la tostada paja seca un hálito viscoso, y las carretas gruñen en la hora un canto de chirridos melancólicos. Arde el cañaveral en la fogata de las dos de la tarde. El mayordomo anima la brigada. Una voz firme canta una copla que diluye en torno una ración de nuevas energías y un florilegio de entusiasmos mozos. Es el cañaveral una caldera que ebullece el rescoldo de la ardida inclemencia con que inflige sus castigos el trópico. Cerca la asfixia agacha su dogal estrambótico. Y la respiración se sobrecoge bajo la pata sórdida del monstruo. Fogata crepitante de la hora es el cañaveral. El mayordomo vocea la brigada que trasuda su fermento diabólico. En el tostado llano, bajo la infiel atmósfera de plomo triunfan los carretones al entonar su canto melancólico, y triunfa la voz firme que olvidando su caos económico desdibuja su drama y en una copa desparrama en torno una ración de nuevas energías y un florilegio de entusiasmos mozos. Luis Antonio Miranda nació en el año 1896 |
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