— Isla — Levantas como alondra en la mañana tu dulce cuerpo sobre el mar tranquilo, apretado de arenas y de olas. Innúmeras palmeras te acarician agitando sus duros abanicos. Un tierno azul como de amaneceres rompe en tu pecho sus limados brillos; inquietas nubecillas los apagan con súbitas, fugaces veladuras. Desde la enjuta arena hasta la cumbre las redondas colinas como frutos hinchen tu vientre maternal y joven. De tu morena tierra, humedecida salta la gracia de los arroyuelos, el agua lenta de tus mansos ríos y ese aroma indecible que me embriaga. Tu llanura de lenguas verdiazules riza espuma de pálidas guajanas; arriba, en la espesura de tus montes, quema el café sus densos azahares, el plátano tremola sus banderas, la arisca piña cela su dulzura y la ceiba ancestral abre sus brazos al agua de los cielos y a los trinos. Tu sol se templa en la menuda brisa, caldea el mediodía adormilado y en la tarde te incendia el horizonte de rosa, de naranja, de violeta. Al silencio sin sombras de tu noche, constelada de estrellas y cocuyos, le canta el ruiseñor sus elegías, y sube de los anchos tabacales el humo de los tiples como gritos que enarbolan tu angustia y la detienen. Los hombres que te cruzan los caminos, que brizan en tu aire sus canciones tienen el ojo triste, mano dura, pronta la risa, amarga la palabra. Quieren tu talle de delgado tronco, la miel de tu ternura destilada, el ardor sosegado de tu noche, tu esperanza sin tiempo y sin orillas. ¡Quieren que al viento des tu voz sin algas...! y el temblor de ese sueño empecinado ahoga su lamento en muda espera de que estallen los cauces de tu ira... ¡O te hundes para siempre sin capullos en la noche sin ojos de la piedra! Margot Arce de Vázquez nació en el año 1904 |
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