— Desde el mar — ¡Madre!, deidad tutelar de mi purísimo amor, oye el humilde cantar que da a las brisas del mar el errante trovador. Oye del dulce instrumento las plácidas barcarolas que, en alas del sentimiento, mezcla a las notas del viento y el murmullo de las holas. Para cantarte, lugar digno me ofreció mi anhelo; lejos de mi patrio hogar, asunto me brinda el mar y cubre mi frente el cielo. Aquí la mente adormida despierta, y sube hasta Dios; aquí el amor nos convida; aquí, madre de mi vida, debemos hablar los dos. Hoy que mi tierra adorada se pierde en el horizonte, y en vano ansiosa mirada busca la cumbre elevada del más elevado monte. Hoy que en brazos del dolor miro con el corazón deshecho, y te llamo en derredor... comprendo todo tu amor que guardo dentro del pecho. ¿Y cómo madre, no amarte, y eterno culto rendirte, y templo en el alma alzarte, y como a Dios adorarte, y como a Dios bendecirte, Si eres tu el ángel divino que cubres de hermosas flores las zarzas de mi camino, tú el astro de mi destino, tú el amor de mis amores? ¡Ah! Si en mi pecho encendiste de la patria el fuego santo, tú la inspiración me diste, y amorosa recibiste de mi lira el primer canto. Tú el honor me hiciste amar, la caridad ejercer, y la virtud despertar... ¡Tú me enseñaste a rezar, tú me enseñaste a querer! ¡Mil y mil veces bendita, sea la madre dulce y tierna, que deja en el alma escrita una ventura infinita con una esperanza eterna! La que de mortal herida con besos el dolor calma, y gozosa y sonreída, nos da la mitad de su vida y la virtud despertar... ¡Bendita la que atesora bienes de eterna belleza, que luz de los cielos dora, y que por nosotros llora, y que por nosotros reza! ¡Ah madre!, a nada en mi anhelo, puedo mi amor comparar: miro el mar... al eter vuelo... y es más inmenso que el cielo, y mas profundo que el mar. Amor, que luz deja en pos como la noche rocío; tan grande, que sólo dos podemos guardarlo: Dios, y un corazón como el mío. No importa que suerte impía de tus brazos seductores me arrebate, madre mía; siempre serás mi poesía y el amor de mis amores. Siempre las plácidas brisas, del hijo que adoras tanto y que hoy ¡triste! no divisas, te llevarán las sonrisas y el perfume de su llanto. Y si la mar irritada, rompiendo el alma en pedazos, me ofrece tumba ignorada, sin contemplar tu mirada, sin reclinarme en tus brazos; No por el bien que yo adoro abrigues, madre, temor, enjuga el amargo lloro, que yo salvaré el tesoro de mi purísimo amor. * * * Manuel María Sama nació en el año 1850 |
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