— En la brecha — ¡ Aquí estoy, en la brecha! Nadie intente que ceje una pulgada en mi camino: no doblo ante los déspotas la frente, ni tiemblo ante los golpes del destino. Y nunca me veréis ante el soborno Cual vencido que rinde su homenaje; No quiero la maldad en mi contorno, Ni el poder me seduce con su traje. Con todo cuanto el bien exhibe escrito Mi espíritu en el mundo se recrea, Y se envuelve en la luz de lo infinito Con el ropaje augusto de la idea. Si el reptil en sus giros por el suelo De su baba espumosa deja rastros, Como águila caudal dirijo el vuelo A la región serena de los astros. No temo a la calumnia ni a la envidia, Y al cobarde malvado tengo pena: Las torres que levanta la perfidia Se deshacen lo mismo que la arena. De la pasión no temo a los pantanos, Aunque en ellos germine la impostura; Lo mismo que el diamante son mis manos Y el lodo no mancilla su blancura. El arrastrar un fardo de miseria bien poco importa a la existencia mía: mi culto no se rinde a la materia, ni es mi altar miserable hipocresía. No envidio la grandeza ni la Gloria; Tributo admiración a la grandeza, Y de la Gloria canto la Victoria Con el astro inmortal de la nobleza. No desprecio al humilde : él es mi hermano, Mas al servil y al opresor fustigo; A todo el que me acepta doy la mano Y bien por mal devuelvo al enemigo. El odio mi conciencia no ha manchado; Que en mi pecho no prende esa semilla, Y ante el dios del deber tengo inclinado El corazón, la frente y la rodilla. En la lucha feroz que las pasiones Sostienen con mi ser a cada instante, Aunque rudas me embisten cual leones, Las destroza mi aliento de gigante. Y cuando el triunfo logro en la contienda Y coronan mi frente los laureles, Los consagro gustoso como ofrenda A los hombres que al bien han sido fieles. Es mi lema el amor; el bien mi guía Admiro las virtudes y el talento Que alumbra como el sol a medio día El espacio sin fin del pensamiento. Para colmar mi anhelo yo quisiera Ver de los parias la coyunda rota: Si a conseguirlo suficiente fuera, Yo trocara en mil dardos cada nota. Si hay quien intente en el oprobio hundirme El perdón le prodigo a manos llenas, Y de calma procuro revestirme, Trocando en miel la sangre de mis venas. Admito como dogma verdadero De la Razón el inefable arrullo, Que la virtud empieza en el lindero Donde acaba el dominio del orgullo. El estruendo del mundo y sus placeres Arriban vagamente a mis oídos, Y el concierto gentil de los deberes Proporciona a mi ser gratos sonidos. En defensa del débil presto acudo; De dignidad fabrico una trinchera; La justicia es mi espada, el bien mi escudo Y la virtud me sirve de bandera. Con la fe y el trabajo el hombre alcanza Todo cuanto de Dios recibe el beso: La luz de la Concordia y la bonanza, El sol de redención y de progreso. ¡Y así estoy en la brecha!¡Nadie intente que ceje una pulgada en mi camino: no doblo ante los déspotas la frente, ni tiemblo ante los golpes del destino! * * * Mariano Riera Palmer nació en el año 1860 |
Borinquen Décimas Sonetos Portada |