Versos para Aguadilla

Amelia Ceide

Colgado en el espacio el gran fanal del sol,
diluye su oro viejo en el atardecer.
El cielo se engalana con blondas de arrebol
y resbala una lluvia de sol por los tejados;
la tarde cuelga flecos de luz en los balcones
y caen flechas de oro por los acantilados.

Toda de luz deslumbra la tarde aguadillana,
cual reina que peinándose la blonda cabellera
llenara de fulgores el valle y la montaña.
Brillantes gemas lucen del mar en las espumas,
hay doradas vislumbres temblando en los ramajes
y en el ocaso flotan tornasoladas brumas.

Barcas de luz navegan por el mar del paisaje,
claridad prodigiosa besa la cruz del templo
y en himnos de luz cantan los bosques musicales.
Escarchas de oro tiemblan en ternuras marinas
y regando en las olas aurifulgentes pétalos,
undívagas navegan las lumbres peregrinas.
Su fiesta el sol celebra por los cañaverales
y junto a la fulgente canción que entona el río
fingen mares de ámbar los floridos maizales.

El Cerro de las Animas tras la ciudad se empina
como un dios carcomido por la herrumbe del tiempo
y en la luz del crepúsculo moja su cara y brilla.
De una herida que tiene en su pecho Aguadilla,
en chorros musicales fluye El Ojo de Agua,
donde su ardor refrescan las llamas vespertinas.
Y el agua de la fuente musical y dorada,
cual vereda simbólica moviendo alas de luz,
llena de amor la tierra y en el mar se derrama.

Las abiertas ventanas del poblado son ojos,
que en sus espejos copian insólitos crepúsculos
donde todo su fuego exprime el sol del trópico.
Crepúsculos que riegan con pólenes de oro:
el valle, la montaña y el vasto caserío,
y en lumbre de topacios inundan el contorno.

Crepúsculos abriendo corolas amarillas
cual mieses temblorosas en un jardín antiguo,
donde la luz pronuncia sus eficacias líricas.
Crepúsculos volcados en ondas rutilantes
contra el vaivén peremne de las esbeltas palmas,
que frente al mar parecen luminosos compases.
Crepúsculos que cantan proeza de fulgores
mientras la ciudad sueña bajo un ala del cielo
y el mar pronuncia ritmo de musicales nombres.

El Canto de las Piedras frente al mar se levanta
aprende sus canciones en arpas de oleajes
y en líricos acentos habla con lontananza.
Esas piedras que cantan esponjadas de orgullo,
tienen ante la aurora miradas de luciérnagas
y para ver la noche, pupilas de cocuyos.

El Canto de las Piedras se escucha en la bahía
cual misterioso númen que Dios amamantara,
llenando el mar y el viento de próvida armonía
mientras sobre la playa teñida de fulgores,
deshoja suaves nardos la dulzura del Véspero,
y recogen sus redes de luz los pescadores.

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