— Rito eterno — Baja al cáliz abierto, nítido el lloro que vierten en la altura los serafines; un preludio suspiran, como violines, que se torna en andante vivo y sonoro. Celosos de su alado, plúmeo tesoro, tocan diana los gallos en sus clarines; se va abriendo de oriente por los confines como una inmensa rosa de sangre y oro. Siente el mar en su concha desasosiego, y en las playas murmura con sordo grito que es apóstrofe a veces, y en otras, juego. Mientras que, de lo eterno conforme al rito, del sol alza en sus manos la hostia de fuego el Sumo Sacerdote del infinito. — El buque náufrago — Es de noche: mil luceros con su luz trémula y vaga alumbran del infinito la inmensidad azulada. Brillan las constelaciones limpias, hermosas y claras, luciendo sus geroglíficos sobre la celeste página. ¡Ni una sombra ni una nube! El azul tan solo empaña, como ecuador de los cielos, la majestuosa vía láctea, que es del cóncavo universo la corona del monarca, de orbes imperial diadema o de mundos catarata: Un huracán de centellas, de soles una borrasca o Osimún, allá en el cielo dejó prendida esa ráfaga y aquí abajo, aquí en la tierra, todo reposando en calma: Duerme el poblado al arrullo soñoliento de sus palmas, y al murmullo cadencioso de la mar vehemente y brava que, al soplar airado el viento, se hace toda espuma y rabia. Es el poblado una aldea tan bellamente situada que tiene el mar a su frente y tiene un lago a su espalda. Verdes, copiosos palmares cuyo pie las olas bañan, de sitio tan pintoresco son a modo de portada. Después, paralelamente, corren dos filas de casas, y ancha, salitrosa calle las dos hileras separa. Y es de ver, cuando en oriente nace la rubia alborada, los barquichuelos de pesca yendo a levantar las nasas; y es de ver también el lago cómo se cubre de caza: Platos, llaboas, chirirías, garzones de pluma blanca, martinetes, gallaretas, flamencos de largas patas y menuditos playeros en colosales bandadas. ¡Cómo el albor matutino la superficie abrillanta! ¡Con qué limpidez se copia en su cristal la mañana! De reflejos y colores ¡Qué profusión tan bizarra! ¡Qué hermosas tonalidades, tan hermosas como varias! ¡Qué riqueza de matices en espléndida amalgama! Es inmensa pedrería cuando lo rizan las auras. Vicente Palés Anés nació en Guayama en el año 1865 |
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